jueves, 2 de febrero de 2012

La Encantada de La Copa :.



Leyenda del pueblo de La Copa desconocida para muchos.

Los mitos y leyendas no están tan lejos como a veces se ha creído del rumor o del cuento. Mito y leyenda constituyen una parte poco conocida y, sin embargo, muy importante de la memoria colectiva. Sus relatos aluden a la vez al pasado y presente de los pueblos, contribuyendo a configurar un tiempo y una memoria continuos que nos dice algo importante sobre la visión que unas gentes tienen de sí mismas y de los otros a lo largo del tiempo. En la Copa existe una leyenda poco conocida y semejante en contenido a la de pueblos cercanos como, Moratalla, Caravaca, Coy, Hellin, Villarobledo, Sangonera la Seca, Puerto Lumbreras, Huescar y Baza entre otros.
 La leyenda de la Encantada está íntimamente relacionada con seres mitológicos como las Lamias y Mouras gallegas, Mari y Mairu vascas, las Anjanas cántabras y las Xanas asturianas, de hecho una y otras, en esencia, son versiones diferentes de la misma narración pero adaptadas a entornos culturales particulares. La «historia» de la encantada, en sí misma, hunde sus raíces en un tiempo en que los conocimientos y la propia historia de las sociedades humanas se trasmitían de manera oral y refleja manifestaciones del pasado de difícil explicación hoy en día. La Encantada recuerda a las ninfas de la mitología clásica (figuras femeninas jóvenes de gran belleza que se aparecen junto al agua). En muchas de ellas también se pueden intuir los precedentes de los cuentos infantiles (jóvenes de gran belleza física y espiritual son encantadas por algún poder maligno y quedan en espera de algún héroe valeroso que rompa su hechizo con una bella acción). Las similitudes entre los relatos sugieren un contacto cultural, quizá desde la prehistoria.
En la leyenda, asunto muy conocido en toda España se aprecia de manera excepcional como la tradición oral modifica unos matices, enfatiza otros y evita otros cuantos. Es propio de la comunicación humana y resulta lo mas característico  que cada uno le ponga a la historia lo que le convenga, vamos, hasta le cuelga cosas propias porque cree que es un personaje del relato o la   misma  Encantada. Viene a ser como cuando los niños se divierten con los juguetes, que hacen  esta o aquella cosa y sueñan que son ellos los que lo hacen.
Esta leyenda me llegó, mas o menos, como la voy a relatar, en La Copa existe un paraje llamado La cañada de la encantada.  Está cerca del barrio de La Loma, en dirección norte. Comienza esta cañada en un cerro rocoso denominado La peña rubia. En este cerro existen numerosas oquedades y refugios en roca, donde puede apreciarse numerosos indicios pretéritos que indican, que alguna vez  brotó allí una fuente.
Esta historia perdida en el tiempo se relató en una comida familiar, en casa de unos amigos. Charlábamos  sobre la situación geográfica de unos terrenos; la tía Antonia mencionó el nombre de la cañada de la encantada. El nombre me sorprendió y  curioso, le espeté a que dijese la situación exacta y el porqué del nombre. Ella comenzó, una historia mas o menos así:
 No lo se cierto… esto me lo contó mi abuelo...sabe Dios...pero bueno...dicen (yo no se cierto)...que se vino a vivir a la Calle Honda una familia. Un hombre joven recién casao con una joven del vecino pueblo de Cehegín...de los que se casan  con prisas…(tenía a la novia embarazada) .Este muchacho cogió unas tierras de regadío al rento en la casa de Don Pedro.
 El hombre trató de adaptarse a las costumbres del pueblo. En nada inmiscuía que no fuese su trabajo.  A la tierra que trabajaba, le correspondían unas horas de agua de la fuente. Aquel joven trabajador esperaba su turno y con su tanda de agua regaba las tierras arrendadas. Nunca tuvo ninguna discusión, porque respetaba y atendía al momento   la señal del alguacil de la heredad de la fuente. Así pues cambiaba el tablacho cuando terminaba su turno.
 Esta costumbre propia de las tierras de regadío, se utilizaba para evitar disputas entre los miembros de la heredad de regantes. Cuando terminaba un turno de riego, el alguacil encargado avisaba, al que estuviese regando en ese momento.  De esta manera no el regante apercibido no tenía que cerrar la compuerta que guiaba el agua a su terreno. Era el alguacil el que realizaba esta operación y distribuía los turnos para que el agua se enviase a otro regante. El presidente de la heredad medía con un reloj de arena el tiempo desde que el agua se encauzaba para la acequia. Finalizado el turno cambiaba la compuerta. Este cambio se avisaba, al regante para que fuese consciente de que ya sólo contaba con el agua que quedaba en la acequia. De esta manera podría  ajustar su tiempo a las necesidades de riego o si había terminado, podía devolver el agua al cauce.  Durante las horas de luz era costumbre  de la autoridad  avisar con un gesto, un grito o un silbido, sin embargo  cuando el riego se hacía de noche, se solía agitar un candil.
 El recién casado, salió de casa con su azada al hombro, una clara noche de verano víspera de San Juan, dispuesto a regar su parcela como tantas veces...
 Atravesó el paraje de la Peña Rubia y bajó por la cañada hasta su parcela. Mientras caminaba iba revisando y cerrando todas las compuertas para guiar el agua a su tierra.
 Nada mas disponer el riego, vio agitarse la luz del presidente de la heredad. Ni una gota de agua había llegado aún a la sedienta labor.
 -Pero bueno...exclamó... todavía no he empezado...¿que habrá pasado? 
Algún problema ha habido, pensó- alguna explicación me darán...mañana mismo hablaré con el presidente. Regreso a su casa, ciertamente ofuscado y en silencio. Su mujer sorprendida por la prontitud, le pregunto sobre lo ocurrido, mas, el no quiso preocuparla, y se limitó a guardar silencio. Al día siguiente fue a hablar con el presidente que  confirmó que su turno se ralizó correctamente, le  instó a que preguntase al resto de regantes. El recién casado volvió a su casa sin explicación por lo ocurrido, pensando que tal vez,  sería una broma por recién llegado. Por la tarde fue de nuevo a su finca y pudo comprobar como efectivamente, el agua se perdió en el cauce, porque llegó cuando él ya se había marchado . El verano era intenso, el miedo a perder la cosecha le obligaba a comprar una nueva tanda de riego. La esposa, atenta, observó como rebuscaba  el arcón del dormitorio, buscando dinero. Ella preocupada ante el distanciamiento de su amado, mientras servía la cena, insistía  en las preocupaciones -¿Qué tendrás en la cabeza, que no te deja dormir?... el esposo, frío y distante, asentía sin mediar palabra. Ella empezó a sospechar  alentada por las advertencias  familiares  y rumores que corrían acerca de la vida de soltero de su amado. No obstante, trato de confortarlo, pero ni una palabra salía de su boca.
 Esa noche se marchó al riego y no hubo beso de despedida. Al llegar al terruño, como ocurriese el día anterior, se repitió la historia.
 -Esta vez no lo consiento...se dijo...Con la azada en la mano, el paso decidido, y regañando entre dientes las cuestiones a debatir, comenzó a caminar mientras seguía viendo los brillos amarillos de la luz del candil. Aproximó los dos mil pasos, que lo separaban de la peña rocosa, en poco menos de diez minutos.
En la clara noche de san Juan, cuanto mas se acercaba a la fuente de luz, los destellos del foco luminoso se convirtieron en un caleidoscopio de tonalidades y brillos metálicos, azulados, y blancos. El silencio calló sus oídos en la trepidante algarabía nocturna del arrabal en estío. Ni el aire parecía tocarle, sus pies no sentían los guijarros bajo sus alpargatas, su cuerpo liviano y sus sentidos embaucados se acercaban a esa luz misteriosa, que  se desvanecía justo al sortear una  roca que ocultaba momentáneamente el resplandor. Al bordear completamente el peñón, la luz apagó casi toda su intensidad transformándose en el más hermoso y blanco rayo de luna que jamás había visto.
Ante sus ojos y  por encima de él, de pie,  como subida en un altar bajo la incandescencia del plenilunio, aparecía una joven de tez fina, blanca, cuerpo esbelto y larga melena dorada.  La joven no pareció sorprenderse ante el inesperado encuentro. Apoyada en el peñasco, mientras mesaba con su fina mano un mechón de su ondulado cabello, dejaba ver bajo un vestido de velo blanco, transparencia que difuminaba en las sombras, un cuerpo exuberante y delicado. No pudo mas este recién avenido al matrimonio, que levantar las cejas e intentar arreglarse el pelo, para terminar rascándose el cogote;... ni siquiera buenas noches, pudo decir. Durante un instante, la dama puso la vista en el horizonte agitando su melena con la suave brisa. El labrador, apreció en su cintura la hebilla de un gran cinturón que la joven ceñía caído hacia el lado izquierdo. Aquella hebilla brillaba como la misma luz, ¡¡parecía oro!!. La joven miró el cinturón, levantó la mirada mientras cogía un mechón de su pelo y jugueteaba con él acariciando su figura....  De repente  clavó sus profundos ojos verdes en el rostro del petrificado consorte .De su voz salió como melodía angelical una pregunta… ¿que prefieres amigo mío? ¿Mi pelo? ¿O la hebilla de mi cinturón?...el desposado, absorto, o confundido al pasar por su mente la imagen del hijo que esperaba, contestó...la hebilla. Ella se giró mostrando su espalda desnuda, la plenitud de sus formas y dejo caer el cinturón al suelo. En ese momento el coro celestial sonó una vez mas -  Sólo espero que dentro de cien años, aquel que me encuentre, me quiera y me libre de este penar.
Sin mas, se difuminó como levitando en unos pocos segundos; se perdió en la noche de san Juan, adquiriendo para siempre con sonoro tropel de lechuzas, grillos, ranas y ladridos lejanos, un carácter mágico y misterioso.
 El grupo local de rock Jalea, narra en una canción esta historia.

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