Leyenda del pueblo de La Copa desconocida para muchos.
Los mitos y leyendas no están tan lejos como a veces se ha
creído del rumor o del cuento. Mito y leyenda constituyen una parte poco
conocida y, sin embargo, muy importante de la memoria colectiva. Sus relatos
aluden a la vez al pasado y presente de los pueblos, contribuyendo a configurar
un tiempo y una memoria continuos que nos dice algo importante sobre la visión
que unas gentes tienen de sí mismas y de los otros a lo largo del tiempo. En la Copa existe una leyenda poco
conocida y semejante en contenido a la de pueblos cercanos como,
Moratalla, Caravaca, Coy, Hellin, Villarobledo, Sangonera la Seca , Puerto Lumbreras,
Huescar y Baza entre otros.
En la leyenda, asunto muy conocido en toda España se aprecia de manera excepcional como la tradición oral modifica unos matices, enfatiza otros y evita otros cuantos. Es propio de la comunicación humana y resulta lo mas característico que cada uno le ponga a la historia lo que le convenga, vamos, hasta le cuelga cosas propias porque cree que es un personaje del relato o la misma Encantada. Viene a ser como cuando los niños se divierten con los juguetes, que hacen esta o aquella cosa y sueñan que son ellos los que lo hacen.
Esta leyenda me llegó, mas o menos, como la voy a relatar, en La Copa existe un paraje llamado La cañada de la encantada. Está
cerca del barrio de La Loma ,
en dirección norte. Comienza esta cañada en un cerro rocoso denominado La peña
rubia. En este cerro existen numerosas oquedades y refugios en roca, donde puede apreciarse numerosos indicios pretéritos que indican, que alguna vez brotó allí una fuente.
Esta historia perdida en el tiempo se relató en una comida familiar,
en casa de unos amigos. Charlábamos sobre la situación geográfica de unos
terrenos; la tía Antonia mencionó el nombre de la cañada de la encantada. El nombre me sorprendió y curioso, le espeté a que dijese la situación exacta y el porqué del nombre. Ella
comenzó, una historia mas o menos así:
No lo se cierto… esto me lo contó mi abuelo...sabe Dios...pero bueno...dicen
(yo no se cierto)...que se vino a vivir a
la Calle Honda
una familia. Un hombre joven recién casao con una joven del vecino pueblo
de Cehegín...de los que se casan con prisas…(tenía a la novia embarazada) .Este muchacho cogió
unas tierras de regadío al rento en la casa de Don Pedro.
El hombre trató de adaptarse a las costumbres
del pueblo. En nada inmiscuía que no fuese su trabajo. A la tierra que
trabajaba, le correspondían unas horas de agua de la fuente. Aquel joven trabajador esperaba su
turno y con su tanda de agua regaba las tierras arrendadas. Nunca tuvo ninguna
discusión, porque respetaba y atendía al momento la señal del alguacil de la heredad de la
fuente. Así pues cambiaba el tablacho cuando terminaba su turno.
Esta costumbre propia
de las tierras de regadío, se utilizaba para evitar disputas entre los miembros
de la heredad de regantes. Cuando terminaba un turno de riego, el alguacil encargado avisaba, al que
estuviese regando en ese momento. De esta manera no el regante apercibido no tenía que cerrar la compuerta que guiaba el agua a su terreno. Era el alguacil el que realizaba esta operación y distribuía los turnos para
que el agua se enviase a otro regante. El presidente de la heredad
medía con un reloj de arena el tiempo desde que el agua se encauzaba para la
acequia. Finalizado el turno cambiaba la compuerta. Este cambio se avisaba, al
regante para que fuese consciente de que ya sólo contaba con el agua que
quedaba en la acequia. De esta manera podría ajustar su tiempo a las necesidades de riego o si había terminado, podía devolver
el agua al cauce. Durante las horas de luz era costumbre de la autoridad avisar con un gesto, un
grito o un silbido, sin embargo cuando el riego se hacía de noche, se solía agitar un candil.
El recién casado,
salió de casa con su azada al hombro, una clara noche de verano víspera de San Juan, dispuesto a regar su parcela como tantas veces...
Atravesó el paraje de
la Peña Rubia
y bajó por la cañada hasta su parcela. Mientras caminaba iba revisando y cerrando todas las
compuertas para guiar el agua a su tierra.
Nada mas disponer el
riego, vio agitarse la luz del
presidente de la heredad. Ni una gota de agua había llegado aún a la sedienta labor.
-Pero bueno...exclamó... todavía no he
empezado...¿que habrá pasado?
Algún problema ha habido, pensó- alguna explicación me darán...mañana mismo hablaré con el presidente.
Regreso a su casa, ciertamente ofuscado y en silencio. Su mujer sorprendida por
la prontitud, le pregunto sobre lo ocurrido, mas, el no quiso preocuparla, y se limitó a guardar
silencio. Al día siguiente fue a hablar con el presidente que confirmó que
su turno se ralizó correctamente, le instó a que preguntase al resto de regantes. El recién
casado volvió a su casa sin explicación por lo ocurrido, pensando que tal vez, sería una broma por recién llegado. Por la tarde fue de nuevo a su finca y pudo comprobar como efectivamente, el agua se perdió en el cauce, porque llegó cuando él ya se había marchado . El verano era intenso, el miedo a perder la cosecha le obligaba a comprar una
nueva tanda de riego. La esposa, atenta, observó como rebuscaba el arcón del dormitorio, buscando dinero. Ella preocupada ante el distanciamiento de su
amado, mientras servía la cena, insistía en las preocupaciones -¿Qué tendrás en la cabeza, que no te deja
dormir?... el esposo, frío y distante, asentía sin mediar palabra. Ella
empezó a sospechar alentada por las advertencias familiares y
rumores que corrían acerca de la vida de soltero de su amado. No obstante,
trato de confortarlo, pero ni una palabra salía de su boca.
Esa noche se marchó
al riego y no hubo beso de despedida. Al llegar al terruño, como ocurriese el
día anterior, se repitió la historia.
-Esta vez no lo consiento...se dijo...Con la azada en la mano, el
paso decidido, y regañando entre dientes las cuestiones a debatir, comenzó a
caminar mientras seguía viendo los brillos amarillos de la luz del candil.
Aproximó los dos mil pasos, que lo separaban de la peña rocosa, en poco menos
de diez minutos.
En la clara noche de san Juan, cuanto mas se acercaba a la
fuente de luz, los destellos del foco luminoso se convirtieron en un
caleidoscopio de tonalidades y brillos metálicos, azulados, y blancos. El
silencio calló sus oídos en la trepidante algarabía nocturna del arrabal en estío.
Ni el aire parecía tocarle, sus pies no sentían los guijarros bajo sus
alpargatas, su cuerpo liviano y sus sentidos embaucados se acercaban a esa luz
misteriosa, que se desvanecía justo al sortear una roca que ocultaba momentáneamente el resplandor. Al bordear completamente el peñón, la luz apagó casi toda su intensidad transformándose en el más hermoso y blanco rayo de luna que
jamás había visto.
Ante sus ojos y por encima de él, de pie, como subida en un altar bajo la
incandescencia del plenilunio, aparecía
una joven de tez fina, blanca, cuerpo esbelto y larga melena dorada. La joven no pareció sorprenderse ante el inesperado encuentro. Apoyada en el peñasco, mientras mesaba con su fina mano
un mechón de su ondulado cabello, dejaba ver bajo un vestido de velo blanco,
transparencia que difuminaba en las sombras, un cuerpo exuberante y delicado.
No pudo mas este recién avenido al matrimonio, que levantar las cejas e
intentar arreglarse el pelo, para terminar rascándose el cogote;... ni siquiera
buenas noches, pudo decir. Durante un instante, la dama puso la vista en el
horizonte agitando su melena con la suave brisa. El labrador, apreció en su
cintura la hebilla de un gran cinturón que la joven ceñía caído hacia el lado
izquierdo. Aquella hebilla brillaba como la misma luz, ¡¡parecía oro!!. La joven
miró el cinturón, levantó la mirada mientras cogía un mechón de su pelo y jugueteaba
con él acariciando su figura.... De repente clavó sus profundos ojos verdes en el rostro
del petrificado consorte .De su voz salió como melodía angelical una pregunta… ¿que prefieres amigo mío? ¿Mi pelo? ¿O la hebilla
de mi cinturón?...el desposado, absorto, o confundido al pasar por su mente la imagen del hijo que esperaba, contestó...la hebilla. Ella se giró mostrando su
espalda desnuda, la plenitud de sus
formas y dejo caer el cinturón al suelo. En ese momento el coro celestial sonó una vez mas - Sólo espero que dentro de cien años, aquel que
me encuentre, me quiera y me libre de este penar.
Sin mas, se difuminó como levitando en unos pocos segundos; se perdió en
la noche de san Juan, adquiriendo para siempre con sonoro tropel de lechuzas,
grillos, ranas y ladridos lejanos, un carácter mágico y misterioso.
El grupo local de rock
Jalea, narra en una canción esta historia.
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